Día 11: 13/11/01
Nuevamente en otro día-bus que es cuando aprovecho para escribir. La secuencia está clara: un día de tute en Junior por cada dos días que permanecemos en una zona. Está bien pensado. Hoy nos dirigimos a Etosha donde comenzará la fauna pequeña o, más bien, microscópica y los correspondientes peligros. Se puede decir que verdaderamente hoy entramos en África.
Volviendo atrás: llegamos a la costa poco después de lo escrito anteriormente, a Walvis Bay. Una gran bahía con una enorme población de flamencos, pelícanos, otras aves acuáticas, namibios y la flota pesquera o armada española. Es el único verdadero puerto de Namibia, una ciudad portuaria e industrial grande y con poco atractivo, aunque la bahía es preciosa.
Parece que por toda la costa del país aflora una corriente de agua fría (corriente de Bengala o Benguela) que es la que crea todo el ecosistema local. Algo parecido a lo que ocurre en la costa norte de Chile y su continuación por Perú. Aquí también hay, por tanto, abundantes peces, guano, desierto, nieblas costeras y casi nula pluviosidad: Un mar rebosante de biología a lado de una costa que es pura geología.
Nuestra armada, según nos dijo un capitán con quien conversamos, está reducida a unas cincuenta personas, todas ellas personal cualificado: capitanes, jefes de máquinas, oficiales, etc, la marinería es namibia y los barcos españoles. Trabajan unos cinco meses y descansan dos, por lo que viven aquí, en Walvis Bay. De hecho el capitán está casado con una morenita local y tienen dos tostaditos. Se le ve contento. El día que le vimos lo tenía libre por ser domingo, parece que paran de faenar los fines de semana.
O sea que Walvis Bay vive de todo esto y de todo lo que entra y sale del país por vía acuática.
Treinta kilómetros más al norte está el Xuacumund ese, que es un enclave más bien turístico, para turismo interior y exterior. A mí me recordó a Biarritz o algo similar. Desde luego supercivilizado, con alguna tienda-boutique de material de acampada-safari o artesanía fina que para nosotros las quisiéramos en España. El lugar, en realidad, no tiene otro interés.
Nosotros acampamos dos noches en un camping de playa muy convencional (y sin embargo muy incómodo), a medio camino entre las dos ciudades, con el mar por delante y las proverbiales dunas por detrás. Todos los días al despertar hay una espesa niebla que despeja hacia mediodía. Por cierto que el Capi también nos dijo que en los siete años que lleva aquí cada vez hay menos niebla, o su duración en el día es menor. ¿Ciclo climático corto o largo?
El asunto con ese mar... es, por ejemplo, que en la misma playa próxima al camping hay una zona de roca intermareal con una colonia espectacular de moluscos de todo tipo (los mejillones parecían melones) y que estaban lógicamente acompañados por la correspondiente fauna con alas. Nuevamente nos pusimos las botas con los prismáticos y aún nos quedaron casi todos los pequeños limícolas por identificar.
Otro atractivo de esa zona, para quien tenga esos gustos, son las ostras. Los colegas que las probaron decían que estaban exquisitas y a una pequeña parte del precio habitual. La especie es introducida y tiene su historia: Un gallego, ¡como no!, llamado Manolo (según nos contó una vez más el capitán), puso unas bateras para cultivar mejillones gallegos, más pequeños pero más sabrosos. Los locales se aferraban mucho más o, por lo que fuere, medraban mejor, con lo que la cosa no cuajó. Entonces lo intentó nuevamente con ostras con éxito completo. En resumen parece que España va a ser la maestra en artes de pesca y piscicultura del pueblo namibio, y que no lo está haciendo nada mal.
Nota editorial: Se emplaza a cualquier otro miembro de esta nuestra aventura a relatar lo extraños acontecimientos que sucedieron aquella primera noche en aquel campamento, al abrigo de la niebla y el alcohol.
Ayer, tras unas compras en Xuaco, salimos al mediodía con rumbo al Cervino Namibio, donde hicimos acampada libre. Se trata de un ‘inselbergen’ de esos, especialmente alto y afilado y por tanto llamativo. Son de una roca granítica rojiza, muy noble cuando se la pisa. Subimos, ayudados por una cadena, a un sitio donde, bajo un saliente prolongado (como una larga y ancha frente muy prominente, en la zona que correspondería a los ojos si quitáramos el puente nasal, o sea todo corrido), acampaban los ancestros de la gente de aquí hace miles de años. Y pintaban la pared de la órbita con lo que es casi un cómic completo de su vida. Hay mas de 50.000 de esas pinturas repartidas por todos los ‘inselbergen’ de Namibia. Además, desde lo alto, tuvimos una fantástica vista de la llanura circundante, con otras islas rocosas dispersas en ella, como piedras que sobresaliesen en una planicie de lodo de las que quedan cuando un lago muy plano se seca completamente (Etosha Pan, p.e.).
Como la mayoría de los ‘inselbergen’ de esta zona del nor-occidental del país Spitzkoppe, que así se llamaba este, es de roca granítica y forma un verdadero oasis. En las oquedades y sombras del granito el agua de la lluvia permanece mucho tiempo y esto permite la existencia de una relativa riqueza biológica, incluyendo mamíferos. Todo ello hace que una isla rocosa de estas y la zona de llanura inmediata puedan mantener a una pequeña población de cazadores-recolectores humanos.
Decidimos dormir al sereno y no montamos las tiendas por lo que tuvimos tiempo de darnos una vuelta por los alrededores. Todavía no hay enemigos grandes ni pequeños, salvo las snaques. Vimos algunos lagartos y pájaros y una liebre. Después tuvimos uno de esos anocheceres de los que disfrutas pocas veces en tu vida, a cenar y a la ‘cama’ bajo las estrellas. Hoy, tras el madrugón habitual de los días de paliza rutera, en marcha de nuevo.
La moral del grupo alta y las enfermas de ídem, sin complicaciones.