24 agosto, 2011

Y el vencedor es.....





La típica viñeta semanal de Kevin Kallaugher para "The Economist". Suelen ser buenísimas.

Aquí tenéis otra:



17 agosto, 2011

El Mundo de la Seguridad


Si busco una fórmula práctica para definir la época de antes de la Primera Guerra Mundial, la época en que crecí y me crié, confío en haber encontrado la más concisa al decir que fue la edad de oro de la seguridad. Todo en nuestra monarquía austríaca casi milenaria parecía asentarse sobre el fundamento de la duración, y el propio Estado parecía la garantía suprema de esta estabilidad. Los derechos que otorgaba a sus ciudadanos estaban garantizados por el Parlamento, representación del pueblo libremente elegida, y todos los deberes estaban exactamente delimitados. Nuestra moneda, la corona austríaca, circulaba en relucientes piezas de oro y garantizaba así su invariabilidad. Todo el mundo sabía cuánto tenía o cuánto le correspondía, qué le estaba permitido y qué prohibido. Todo tenía su norma, su medida y su peso determinados. Quien poseía una fortuna podía calcular exactamente el interés que le produciría al año; el funcionario o el militar, por su lado, con toda seguridad podían encontrar en el calendario el año en que ascendería o se jubilaría. Cada familia tenía un presupuesto fijo, sabía cuánto tenía que gastar en vivienda y comida, en las vacaciones de verano y en la ostentación y, además, sin falta reservaba cuidadosamente una pequeña cantidad para imprevistos, enfermedades y médicos. Quien tenía una casa la consideraba un hogar seguro para sus hijos y nietos; tierras y negocios se heredaban de generación en generación; cuando un lactante dormía aún en la cuna, le depositaban ya un óbolo en la hucha o en la caja de ahorros para su camino en la vida, una pequeña «reserva» para el futuro. En aquel vasto imperio todo ocupaba su lugar, firme e inmutable, y en el más alto de todos estaba el anciano emperador; y si éste se moría, se sabía (o se creía saber) que vendría otro y que nada cambiaría en el bien calculado orden. Nadie creía en las guerras, las revoluciones ni las subversiones. Todo lo radical y violento parecía imposible en aquella era de la razón.

Dicho sentimiento de seguridad era la posesión más deseable de millones de personas, el ideal común de vida. Sólo con esta seguridad valía la pena vivir y círculos cada vez más amplios codiciaban su parte de este bien precioso. Primero, sólo los terratenientes disfrutaban de tal privilegio, pero poco a poco se fueron esforzando por obtenerlo también las grandes masas; el siglo de la seguridad se convirtió en la edad de oro de las compañías de seguros. La gente aseguraba su casa contra los incendios y los robos, los campos contra el granizo y las tempestades, el cuerpo contra accidentes y enfermedades; suscribía rentas vitalicias para la vejez y depositaba en la cuna de sus hijas una póliza para la futura dote. Finalmente incluso los obreros se organizaron, consiguieron un salario estable y seguridad social; el servicio doméstico ahorraba para un seguro de previsión para la vejez y pagaba su entierro por adelantado, a plazos. Sólo aquel que podía mirar al futuro sin preocupaciones gozaba con buen ánimo del presente.

En esta conmovedora confianza en poder empalizar la vida hasta la última brecha, contra cualquier irrupción del destino, se escondía, a pesar de toda la solidez y la modestia de tal concepto de la vida, una gran y peligrosa arrogancia. El siglo XIX, con su idealismo liberal, estaba convencido de ir por el camino recto e infalible hacía «el mejor de los mundos». Se miraba con desprecio a las épocas anteriores, con sus guerras, hambrunas y revueltas, como a un tiempo en que la humanidad aún era menor de edad y no lo bastante ilustrada. Ahora, en cambio, superar definitivamente los últimos restos de maldad y violencia sólo era cuestión de unas décadas, y esa fe en el «progreso» ininterrumpido e imparable tenía para aquel siglo la fuerza de una verdadera religión; la gente había llegado a creer más en dicho «progreso» que en la Biblia, y su evangelio parecía irrefutablemente probado por los nuevos milagros que diariamente ofrecían la ciencia y la técnica. En efecto, hacia finales de aquel siglo pacífico, el progreso general se fue haciendo cada vez más visible, rápido y variado. De noche, en vez de luces mortecinas, alumbraban las calles lámparas eléctricas, las tiendas de las capitales llevaban su nuevo brillo seductor hasta los suburbios, uno podía hablar a distancia con quien quisiera gracias al teléfono, el hombre podía recorrer grandes trechos a nuevas velocidades en coches sin caballos y volaba por los aires, realizando así el sueño de Ícaro. El confort salió de las casas señoriales para entrar en las burguesas, ya no hacía falta ir a buscar agua a las fuentes o los pozos, ni encender fuego en los hogares a duras penas; la higiene se extendía, la suciedad desaparecía. Las personas se hicieron más bellas, más fuertes, más sanas, desde que el deporte aceró sus cuerpos; poco a poco, por las calles se fueron viendo menos lisiados, enfermos de bocio y mutilados, y todos esos milagros eran obra de la ciencia, el arcángel del progreso. También hubo avances en el ámbito social; año tras año, el individuo fue obteniendo nuevos derechos, la justicia procedía con más moderación y humanidad e incluso el problema de los problemas, la pobreza de las grandes masas, dejó de parecer insuperable. Se otorgó el derecho de voto a círculos cada vez más amplios y, con él, la posibilidad de defender legalmente sus intereses; sociólogos y catedráticos rivalizaban en el afán de hacer más sana e incluso más feliz la vida del proletariado... ¿Es de extrañar, pues, que aquel siglo se deleitara con sus propias conquistas y considerara cada década terminada como un mero peldaño hacia otra mejor? Se creía tan poco en recaídas en la barbarie por ejemplo, guerras entre los pueblos de Europa como en brujas y fantasmas; nuestros padres estaban plenamente imbuidos de la confianza en la fuerza infaliblemente aglutinadora de la tolerancia y la conciliación. Creían honradamente que las fronteras de las divergencias entre naciones y confesiones se fusionarían poco a poco en un humanismo común y que así la humanidad lograría la paz y la seguridad, esos bienes supremos.

Para los hombres de hoy, que hace tiempo excluimos del vocabulario la palabra «seguridad» como un fantasma, nos resulta fácil reírnos de la ilusión optimista de aquella generación, cegada por el idealismo, para la cual el progreso técnico debía ir seguido necesariamente de un progreso moral igual de veloz. Nosotros, que en el nuevo siglo hemos aprendido a no sorprendernos ante cualquier nuevo brote de bestialidad colectiva, nosotros, que todos los días esperábamos una atrocidad peor que la del día anterior, somos bastante más escépticos respecto a la posibilidad de educar moralmente al hombre. /..../

Primeros párrafos de "El Mundo de Ayer"  de Stefan Zweig.

Una autobiografía subtitulada "memorias de un europeo" que recomiendo encarecidamente. Lo que relata sobre el ambiente y sentimiento europeo en los capítulos que dedica a los años anteriores a la primera guerra mundial me recuerda de una manera casi dolorosa a estos otros tiempos nuestros cien años después. Y más tarde, en el periodo de entreguerras, ver como el monstruo se desarrolla, toma el poder y comienza a expandirlo sin apenas resistencia de nadie es como para no poder crerselo. 

Pienso que si todo el mundo leyese y asimilase bien este libro (se debería enseñar en las escuelas o, mejor,  institutos) nuestro futuro podría ser diferente del que va a ser.



08 agosto, 2011

Contestando a Liki





Lo que viene a continuación intenta contestar a alguna de las cuestiones que me platea Liki en su comentario a mi entrada anterior y profundizar un poco más en el asunto.

Bueno, la frase de ese Inglés me ha gustado y me parece bastante descriptiva de las políticas de la Unión Europea en general y de las del Eurogrupo en particular, por eso me llamó la atención y la he puesto.

Dicho de manera muy resumida los políticos deberían cumplir al menos estas condiciones (y otras, por supuesto):

1/ Honrados y de conducta ejemplar, ejem, ejem...

2/ Con sus miras puestas en el "Bien Común", en este caso el de Europa, o al menos el de los países que forman el Eurogrupo.

3/ Inteligentes, competentes, expertos en el asunto de que se trate, bien asesorados...

4/ En muchos casos capaces de negociar y alcanzar consensos razonables y adecuados, desde luego si el foro de trabajo y decisión es un órgano colectivo por su naturaleza.

Pasando de puntillas sobre el primer punto (se lo vamos a suponer) creo que en el asunto que tratamos (la estabilidad y buena forma del Euro y de las economías de las que es moneda) cada uno de ellos está pensando allí en sus problemas particulares y en sus electorados (en la continuidad de los puestos de cada uno, vamos) y mucho menos en el bien común de la Eurozona.

Y aunque no fuera así y fuesen capaces de hacer lo que podríamos llamar "Gran Política", cumpliéndose por tanto los puntos 1,2 y 4, quedaría aún el que es probablemente el mayor escollo: ¿se puede en realidad (intrínsecamente o desde el punto de vista teórico)ser competente en política?

Porque una cosa es tener buenas intenciones e incluso hacer modificaciones legislativas que parecen adecuadas y justas (las leyes sobre segregación racial hace décadas en USA, las nuestras recientes sobre la dependencia....) y otra cosa es hacerlo bien o de manera adecuada pues eso implica muchas cosas que no debemos dar por supuestas ni suponer que son sencillas: buena técnica jurídica, disponibilidad de recursos para llevar adelante la reforma, minimizar los efectos perversos....y todo eso es muy complicado, ya se sabe "El infierno está empedrado de buenas intenciones", San Agustín dixit.

Y particularmente en el campo que nos ocupa (la economía) una cosa son las grandes ideas y palabras (prosperidad, justicia, igualdad, erradicación de la pobreza) y otra su implementación práctica, negro sobre blanco, en disposiciones, decretos, leyes, presupuestos, acuerdos internacionales....

En mi opinión la economía teórica está casi en pañales y en la práctica es un sistema muy complejo (o simplemente complejo en el sentido técnico del término) y por tanto enormemente imprevisible e incontrolable y los que la tienen que manejar personajes que, según se ha visto, son muy poco competentes, al menos si basamos nuestro juicio en sus predicciones. El problema mayor es que esta falta de competencia no es debida a falta de formación, sino más bien a que la formación en esos asuntos es imposible por la propia naturaleza de la economía. En realidad son como los brujos de antes: ellos y todos los demás de la tribu piensan que tienen el poder de actuar sobre ella pero eso es solo un sentimiento y el conocimiento en que se sustenta es radicalmente pobre o falso, todo se trata por tanto de una gran ilusión, aunque como se trata de un grupo tan extenso y heterogéneo siempre hay alguno que acierta sobre lo que pasa en ese momento concreto y casi todos aciertan alguna vez.

Quiero matizar lo anterior con algo importante: lo que si funciona en realidad es la contabilidad (especialidad menor o despreciada de la "Gran Economía") o lo que en España llamamos "la cuenta de la vieja". Entradas, salidas, balances..........eso sí es fácil y claro. Y ahí, ¡ay amigo! ahí tenemos una gran deuda o mejor un gran pufo (al menos Grecia y todos los que han hecho o están haciendo "contabilidad creativa", es decir casi todos), en el sentido estricto que le da el DRAE.

Unos más y otros menos todos tenemos de eso. Es decir que la riqueza o el dinero real del mundo es mucho menor que el apuntado en los libros, Por eso el pufo es mundial y viene creándose (según dicen los que saben de esto) desde hace casi treinta años, que es los que llevamos viviendo a crédito en una huida hacía adelante del sistema.

Por ello lo que va a pasar en cualquier caso es un cambio muy significativo en lo que se ha llamado nuestro "nivel de vida". Y lo realmente importante es por que caminos vamos a discurrir y a que lugar llegamos finalmente cuando el mundo haya pasado por todos estos cambios que se avecinan. Todo el proceso va a durar entre una y tres décadas, para arribar a un nuevo sistema, paradigma o equilibrio dinámico, llamémoslo como queramos.

De 1914 a 1945 durante ¡tres décadas!, del principio de la "gran guerra" al final de la segunda y Bretton Woods, el mundo transito del sistema colonial o imperialismo al capitalismo avanzado. Ahora estamos iniciando una transición semejante.

El río es está poniendo cada vez más turbulento debido a una serie larga de rápidos o algo peor que tenemos por delante y ¿a quién tenemos al timón? a nuestros queridos políticos, como siempre ¡Dios nos coja confesados! Debo añadir que ellos no son ni peores ni mejores que los demás, son sencillamente humanos.

Dicho de otra manera: no tengo ni idea que como va a ser todo lo que se avecina pero seguro que no será un camino de rosas.

Nota final: volviendo al mundo real parece que para cada vez más "expertos" las únicas salidas sensatas para transitar hacia esa bajada de nivel de vida de una manera controlada pasarían todas por soltar el demonio de la inflación (atándolo corto, claro, jejeje). Yo también la veo como la más sensata. En Europa el principal problema sería nuestro país líder: para Alemania eso es resucitar al ogro de Weimar ¡anatema!.



07 agosto, 2011

Causas de lo que Está Pasando




Las causas son múltiples pero sin duda una de ellas es esta:

Cuando hace más de medio siglo se negociaron los contenidos y reglas del juego de la Comunidad Económica Europea fue muy comentado el portazo euroescéptico de uno de los comisionados británicos: «Ustedes nunca se pondrán de acuerdo en nada y si se ponen de acuerdo no se cumplirá y si se cumple será un desastre».

Carta del Director (Pedro J. Ramírez), El Mundo, 07/08/2011.