11 mayo, 2007

Rumbo a Maún I


Día 18: 20/11/01

Hace días que no pongo nada en este pequeño diario debido a que en los primeros hubo poco que contar y en los siguientes estuvimos haciendo camping ‘salvaje’ en el delta del Okavango.

Lo dejamos el día en que salimos de Etosha, pasamos todo el tiempo en el camión, casi hasta el anochecer. Enseguida tomamos un atajo por una pista en perfecto estado, de hecho en mejor estado que la carretera por donde vamos ahora. Fue un largo día a bordo, todos durmiendo o leyendo y con las paradas estrictamente necesarias. La pista era recta y monótona, yo al final tenía la sensación de que navegábamos sobre algún mar. Se veían, de pascuas a ramos, granjas dispersas identificadas desde lejos por esas torres con aspas para extraer agua propias de las películas del oeste. Creo que nos cruzamos con tres vehículos en todo el día.


Paramos debajo de una gran acacia para la comida del mediodía ¿he comentado ya que la noche anterior cenamos a mesa y mantel?. Una vez más nuestros queridos Irish-boys se pusieron inmediatamente a jugar al fútbol en la pista. Tengo que dedicarles un capítulo completo de este diario, lo llamaría ‘un balón y una guitarra’, jajajaja.

Finalmente llegamos a un camping-granja a veinte kilómetros de la frontera con Bostwana. Tenían dos leopardos, cuatro guepardos, monos, gallinas, etc...El sitio era muy agradable. Al día siguiente no había que madrugar pero me despertaron los gallos que llevaban cantando desde una hora antes del amanecer. Bueno, supongo que también la costumbre, pues ya estamos con el biorritmo local y nos acostamos a las 9.30-10h para levantarnos a las cinco o las seis. Total que ese fue uno de los pocos días en que no había que madrugar y salir corriendo y estuve dos horas viendo pajaritos por los alrededores. Pasamos el resto de la mañana en la zona de la piscina, bañándonos, viendo una carraca (Lillacbreasted Roller, un pájaro grande y con mucho colorido) y a Raymond, nuestro guía, que es pura energía, saltando en una cama elástica. La granja aquella estaba muy bien ambientada, la verdad. En realidad los camping me están gustando mucho, casi todos tienen algo peculiar o característico que hace que me encuentre bien en ellos.

Después de comer arrancamos y pasamos la frontera. Esa tarde tuvimos una gran transformación bioclimatológica: el cielo, siempre visible hasta el horizonte, tenía enormes parches de nubarrones densos con colores que oscilaban entre el blanco y el gris más oscuro y ya había llovido algo. Noviembre es el comienzo de la temporada de las lluvias que se extiende desde el final de la primavera hasta mediados del verano. El capitán de ‘Xuacomund’ ya nos había advertido de que aquí pasaba eso porque la naturaleza es muy sabia y nada ni nadie podría soportar un verano sin lluvia. Otro día tengo que escribir-investigar sobre el juego de simetrías hemisferio norte-sur. Pues como decía, el campo ya comenzaba a tener color verde y los árboles se juntaban y aumentaban en tamaño y frondosidad a medida que subíamos por aquella carretera nuevamente hacia el norte. Se veía claro que navegábamos por zonas de mayor pluviosidad. Antes de esto pasamos unos cien kilómetros bordeando el Kalahari, aunque en realidad no puedo decir que lo hayamos conocido.

Bostwana es casi toda ella Kalahari, una inmensa llanura arenosa. Por eso con la extensión de España sólo tiene 1.500.000 habitantes. También tiene una renta per cápita algo mejor que la de Namibia aunque no parece que se note mucho. Incluso diría que en Namibia todas las manifestaciones que vimos de lo humano eran más ordenadas. ¿Secuela de la influencia alemana?. Otra diferencia inmediata es que aquí no está todo vallado.

Esa noche plantamos las tiendas en un camping, por llamarlo de alguna manera, cutre, cutre. Eso sí, Ric y yo nos tomamos un buen filete con patatas, pues la cena oficial a base de chuletas de cordero fue muy rica pero un poco insuficiente. Después tuvimos nuestro primer contacto claro con la fauna de las zonas subtropicales: fui al baño a eso de las diez de la noche y el lavabo estaba negro de insectos. La noche anterior, en la granja, ya había bastantes, pero esta fue demasiado. Otro cambio fue que empezamos a ver tormentas todas las noches y las de aquella fueron especialmente llamativas con gran aparato eléctrico. Resultaba imposible calcular la distancia a la que estaba sucediendo todo aquello, lo mismo podían ser diez que cien kilómetros. Llovió, pero afortunadamente poco, pues nuestras tiendas no están muy bien preparadas para la lluvia.

Al día siguiente montanos de nuevo en nuestro ‘truck’ y subimos por toda la carretera que bordea por el oeste el delta hasta un pueblo que fue el primero verdaderamente africano que vimos en todo el viaje. Estaba claro que la juventud allí poco tenía que hacer. Por lo visto toda aquella zona está llena de campamentos de refugiados angoleños y, como llevan ya tantos años, ya son en realidad pueblos bien asentados. Lo dejamos casi todo con nuestro camión allí, salvo lo puesto y poco más, y nos pusimos en marcha para nuestra aventura de tres noches en el Okavango.

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