Rumbo al Fish River
Día 5: 07/11/01
Estamos ahora camino del Fish River por un paraje llano y semidesértico. Rectas de cien kilómetros por delante y pequeñas colinas peladas de una coloración ocráceo-negruzca en el horizonte.
De Springbok fuimos al campamento del río Orange. Al principio nuestro camino iba por una especie de altiplano que me recordó a Bolivia, para después entrar en un gran embudo que se iba estrechando progresivamente a medida que avanzábamos y descendíamos, desde decenas de kilómetros a decenas de metros, en suma lo que los árabes llamarían un Oued (el sitio por donde va una corriente de agua cuando la hay, puesto que normalmente está seco. También, en un sentido mucho más amplio, toda la superficie cuyo agua va al oued propiamente dicho, lo que un geólogo llamaría una cuenca fluvial). Allí, como en muchas otras partes del viaje, la reina era la geología: agua, aire, frío, calor, sol, viento....y el efecto de todo ello sobre el paisaje desnudo. Finalmente el oued nos condujo al Orange y la frontera, donde había una simpática pareja de polis de SA, él blanco-blanco, ella igualita a Grace Jones.
Ya de noche acampamos sin ver ni gota y cenamos arroz con chutney. A la post-cena, al fuego, tertulia con whisky: una noche maravillosa.
A las seis comencé a escuchar los sonidos de los pajaritos. Me debatí durante unos treinta minutos en el saco entre la modorra y el salir. Finalmente surgí, como la mariposa del capullo, a una hora y media de maravilloso bird-watching : abubillas, abejarucos, bulbules, obispos, tejedores, loritos...y todos con perfecta nitidez.
Tras el desayuno nuevamente a la frontera, a once kilómetros, para bajar el Orange en canoa de goma a base de agujetas, tendinitis y quemaduras por causa del viento en contra y el sol sobre nosotros. Hubo momentos en que creí realmente que no llegábamos. ¡Esas barcas de dos pueden verdaderamente llevar a un divorcio! Como dijo Ric el trayecto era de diez, pero pepita y yo hicimos cuarenta kilómetros, jejeje.
Por la tarde relax, ducha y cena especial, con chistorra namibia, costillas, patatas y arroz. Después nos trasegamos un bidón (literalmente) de algo que llamaban ponche de sabor indescriptible: la dinámica del grupo dio un gran salto hacia delante esa noche. Ayudó mucho la inafinable guitarra namibia que habían comprado los irlandeses, unos verdaderos malos-buenos chicos.
El ambiente y la moral siguen hoy altos. Los ocho Irish-boys son una verdadera representación de su edad y de su tierra, todos ellos pálidos, arrubiados, juerguistas y traviesos. No me imagino como ni porqué se les ocurrió venir a este viaje. La pareja holandesa, por su parte, ¡llevan ya cerca de un año de un lado para otro!, ¡y aún van a seguir hasta Nairobi!, ¡como se lo monta el personal!.
Ahora mismo vamos nuevamente por una pista atravesando transversalmente un oued camino del río Fish. Antes, al poco de salir, repostamos agua en una especie de colmado regentado por dos blancos en un pequeño pueblo. A la salida vimos de nuevo en que consisten los ‘peris’ locales: el gobierno hace una cuadrícula de postes de alumbrado en mitad de la nada, ¡eso es una nueva zona urbanizada!: coja usted unas maderas y algo de latón y hágase usted mismo su cajón para vivir. Está claro que siguen gobernando los blancos por negro interpuesto y lo más extraño es que pienso que quizá sea mejor así para todos. Bueno, quizá lo mejor de todo sería que Bill Gates se comprase todo el país y lo gobernase Microsoft.
Volviendo a la composición del grupo, la subespecie española es la única que no se mezcla con el resto debido a nuestra endémica afasia para los idiomas. Nuestro puente es Ric, ¡The Translator!. Ayer, en ponchilandia, sólo quedaron al final él, cinco Irish y la extraña australiana que está todavía por descubrir. De Tom, el alemán, ya sabemos que es muy dispuesto y de Cristina, su tocaya, que le gusta mucho el flamenco. En fin, seguiremos informando, creo.
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