30 marzo, 2007

Lo Suscribo



¿Para qué escribirlo yo si Francisco Rubiales ya lo ha dicho perfectamente?

Algunos viejos amigos me preguntan ¿Por qué criticas tanto a Zapatero, siendo tú un hombre de izquierdas? Y yo siempre les respondo lo mismo: "precisamente por eso, porque soy de izquierdas, mi primer deber es criticarlo". Y agrego: "Si todos hiciéramos lo mismo, la izquierda sería hoy honrada e invencible".

Hay cientos de miles de españoles, sobre todo de generaciones que conocieron el Franquismo, que nos formamos y nutrimos en los caladeros de la izquierda. En la izquierda aprendimos a enfrentarnos a la dictadura, a estar al lado de los débiles, a añorar la democracia y a depositar nuestra fe y esperanza en valores como la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.

Pero, después de la Transición, llegaron los días difíciles y empezamos a descubrir que la izquierda estaba cambiando, que había aprendido a mentir y a utilizar el engaño, que los valores retrocedían y eran sustituidos por las tácticas, que la igualdad cedía su sitio al privilegio y que la Justicia y el progreso eran suplantados por el pragmatismo y el ansia desenfrenada de poder. La izquierda se envilecía y no sabíamos como reaccionar. Muchos de nosotros, apesadumbrados y desconcertados por el olor nauseabundo que invadía nuestras filas, optamos por votar a la derecha, por vez primera, en 1996, cuando la corrupción del Felipismo inundó el país con su olor a cloacas. Lo hicimos con la nariz tapada, pero lo hicimos, quizás porque no había otro remedio, porque al menos había que salvar la democracia.

Aquella sociedad ostentosa del Felipismo fue imperdonable: terrorismo de Estado, corrupción, mentira y abandono de los valores a cambio de un poder insaciable, basado en el dinero fácil y en el reparto corrupto de privilegios y ventajas.

El socialismo español, de pronto, se situaba en el lado opuesto de todo lo que habíamos creido: los políicos honrados cedieron sus sitio a los corruptos, los valores a los privilegios y la política decente y ciudadana a la mentira y a las mas oscuras tendencias despóticas y totalitarias, todas emanadas de la obsesión del partido socialista por controlar el poder, con los medios supeditados al fin. La Libertad, la Igualdad y la Fraternidad fueron barridas por miserables que habían tomado el poder y que repetían como loros que "lo importante es ganar". Toda una triste degradación de una izquierda que, en sus orígenes, nos había cautivado por ser hermosa y limpia.

Zapatero no es más que el heredero presente de aquella izquierda degradada, tan corrupta y alejada de los valores como la del periodo felipista, pero todavía más obsesionada por el poder que aquella. Por eso es necesario criticarlo.

Cuando algunos, desde la militancia servil, me dicen hoy que criticar a la izquierda beneficia a la derecha, al eterno enemigo, les respondo que ese argumento sólo tiene sentido cuando se piensa y actua en términos de poder, no de decencia, y que para mi la izquierda sigue siendo, como lo fue para muchos hace tres décadas, una apuesta moral y de justicia. Como hombre de izquierdas, prefiero estar cien años en la oposición con la cabeza alta y defendiendo principios honrados que un sólo minuto en el poder, ejerciendo la corrupción y traicionando a los pobres, a los desposeidos y a la democracia.

A mi la derecha jamás me decepciona porque nada espero de ella. La que me decepciona es la izquierda. Cuando critico a la derecha, - y lo hago con la misma saña, sobre todo cuando está en el poder-, lo hago friamente, sin sentimientos, sin amor. Pero a la izquierda la critico desde dentro y con dolor, porque me ha decepcionado, porque ha consumado una traición imperdonable contra las ideas, los valores y las masas desposeidas del planeta.

Sé que muchos miembros de la izquierda han seguido "dentro" y han aprendido a vivir en la izquierda degradada. Han evolucionado con el partido, dejando atrás los grandes valores y principios, abrazando el ansia de poder como único motor ideológico, sacrificando todo lo demás, incluso la democracia, a ese Dios insaciable que es el poder político, el dominio del Estado. Tienen la conciencia rota, pero el poder les ha compensado con privilegios y con la protección de la manada.

Hoy ya no tengo esperanza alguna en que la izquierda logre resucitar. Por lo menos estoy seguro de que yo no lo veré. Me han obligado a retroceder, junto con otros muchos hijos de la izquierda, decepcionados por la traición de nuestros líderes, hasta la "última playa", donde ya apenas queda nada. Incapaz de cambiar de bando y de volver a votar a la derecha, hemos sellado una alianza, quizás la última de nuestras vidas, con la ciudadanía, con ese pueblo al que la izquierda, indigna y cobarde, ha abandonado y canjeado por el poder.

Somos muchos los "refugiados políticos" de la izquierda hundida. Somos unos desheredados que no podemos votar a la derecha porque no creemos en ella, ni a la izquierda, porque ha traicionado la decencia, Nuestra "última playa" es el pueblo, la ciudadanía huérfana, esa masa de gente abandonada y traicionada por los partidos políticos, que sólo saben vivir ya para casechar privilegios y ventajas en un mundo que se dice demócrata y de progreso, pero que camufla y disimula su oscuro y asqueroso despotismo elitista.

Nuestra ideología es simple: no creemos en los partidos políticos, pero sí en la democracia, con una fuerza enorme. Y la democracia es pueblo, ciudadanos libres.


Si te ha gustado quizá deberías leer su último libro o seguirlo diariamente en su blog.

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