13 agosto, 2010

Calle Adiós



Calle Adiós


“-Si llegan a visitar mi isla de la Palma no olviden ir a Tijarafe, donde existe una calle
que se llama Adiós...

(...)¿Que secreto alentaba en ella que su recuerdo había perdurado a través de una distancia que se medía por olas, de un tiempo donde cupo casi toda la vida? Lo supimos después. No era sombra de amor ni de misterio, no era aroma de leyenda.

(...)Adiós, sencillamente, era la calle que conducía al camposanto.

Pero voy a decir que lo era de manera exquisita: lo era con poesía, que es una cosa que se da muy poco en materia municipal, y, por mejor decir, poco en cualquier materia. No creo que haya habido concejales padrinos; fue el pueblo, un pueblo diminuto, el que se acostumbró a llamarla así, o ella misma nació ya con su nombre, que le era íntimo, consustancial, exacto. De ahí la gracia, la finura que no pudo olvidar quien la mirara en otros día con sus ojos de niño.

La calle va en declive, cortada sobre un risco; el pueblo queda arriba, recogido el puñado
de sus casas al filo del barranco. Pero hacia abajo, y ya en el mismo talud que desciende
verticalmente, en un repliegue de la roca han puesto el cementerio, como quien pone un ramo de azahares al pecho de la montaña.

Bien se comprende que es difícl llegar aquel sitio, aún para los hijos de esa fragosa tierra, avezados a franquear desfiladeros; fue así que se hizo uso con el tiempo el detenerse en cierta escotadura donde la calle se quebraba por un corte de tajos descendentes.

Era el umbral de las despedidas: allí quedaban los acompañantes todavía por unos minutos, viendo bajar ya a picos de las breñas un reducido resto del cortejo. Alli en silencio conmovido, daban el último saludo el amigo al amigo que se iba, el hermano al hermano... Luego se volvían callados calle arriba, y la calle, impregnada de suspiros, hecha de adioses sin salida, no podía tener ya más que un nombre:

y se llamaba Adiós

Dulce María Loynaz “Un verano en Tenerife”

Aguilar, Madrid, 1958.



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