11 junio, 2007

El Verdadero Poder del Ciudadano


El verdadero poder del ciudadano no procede ya de ser elector sino consumidor.

El elector, tal como están las cosas, deposita su voto y prácticamente muere. Su existencia política pasa a engrosar la materia de las encuestas y los sondeos, la masa que llena alguna manifestación sin consecuencias y, sobre todo, compone al sujeto abstracto sobre el que hablan los políticos en sus proclamas y los intelectuales en sus artículos de opinión. Es el sujeto al que se refieren con amanerado respeto los líderes pero que de ninguna manera les importa demasiado. Concretamente al político le importa el ciudadano sólo como votante; la larga temporada restante es la de un discurrir ondulante que sólo gana pulso y soflama al aproximarse el día de las urnas.

Los consumidores imponen, en cambio, mucho más. Un consumidor actual, con conciencia de la calidad, instruido en el ejercicio del consumo, escéptico respecto a los anuncios o los discursos, escaldado por mentiras y estafas, exigente en la relación calidad precio, no es tan fácil de embaucar (aunque a mí sigan timándome).

El consumidor moderno sabe mejor lo que quiere y aquello que le pertenece, ha adquirido mayor conocimiento de sus derechos y aspira a realizarlos con plenitud. Le faltan todavía, sin embargo,los medios para ejercerlos con prontitud y eficiencia, lo que parece regatearle aún el sistema y su Administración.

El ministerio de Sanidad y Consumo español ha sido hasta el momento más lo primero que lo segundo y más un organismo represor que promotor. Fomentar la ciudadanía en el siglo XXI es desarrollar la energía del sujeto consumidor como sujeto crítico, como sujeto participante, como sujeto político a un grado que no ha conocido la historia y que no conocerá ya la política agotada en su anacronismo y su deterioro moral.

A la idea de polis sucede el domus. Esta terminología que empleó Michel Maffesoli se corresponde con el vector que traspasa mi libro Yo y tú, objetos de lujo. La actual organización política con su inoperatividad democrática y su irreversible corrupción deriva en un desengaño cada vez más incurable y extensivo. Los individuos desean formar comunidades, crear agrupaciones, conectarse pero desconfían de todo aquello que huela a guardarropía político. Lo político es un mal en coincidencia con un tiempo del mal político.

Otro mundo es posible y su ordenación responderá más a las vinculaciones espontáneas inspiradas en los deseos y necesidades de la vida común que en los solemnes ideales de tiempos pasados.

Si la política es Proyecto, el Gran Proyecto como tal ha concluido. Nuestra existencia en la cultura de consumo carece de un trazado fijo y vertical. Nuestras vidas se bifurcan, se trifurcan o comienzan de nuevo con una elasticidad, movilidad y variabilidad trabada en horizontales.

El proyecto, lo político, se nutre de un anhelado fin a la manera de la metafísica mientras nuestra realidad es laica y rechaza el Gran Final. Muchos fines, cortos, transmutables, vecinos, componen el mundo del consumidor y en él se demanda radicalmente un derecho que, realizado a través de microtraumatismos, transformará decisivamente lo social.

El verdadero poder del ciudadano no procede ya de ser elector sino consumidor.


Microtraumatismos de Vicente Verdú, en su Blog.

Click en la foto para leer las primeras páginas de su último libro.


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