La Pregunta Correcta
/.../ Comencé a cuestionar lo que realmente pensaba y descubrí que no pienso que las personas sean básicamente buenas de corazón; es más, esta visión de la naturaleza humana ha inducido y ha informado mi obra durante los últimos 40 años. Creo que las personas, en circunstancias estresantes, pueden comportarse como cerdos, y que esto, de hecho, no sólo es un tema apropiado, sino el único tema, del drama.
Había observado que la lujuria, la avaricia, la envidia, la pereza y sus amiguetes están haciendo de las suyas con el mundo, pero que sin embargo, la gente en general parece comportarse razonablemente bien día a día; y que nosotros en los Estados Unidos nos comportamos día a día razonablemente bien bajo circunstancias claramente asombrosas y privilegiadas – que no somos y nunca hemos sido los villanos que muchos de fuera y muchos de nuestros ciudadanos nos consideran, sino que somos una confección de individuos normales (avariciosos, lujuriosos, falsos, corruptos, inspirados – en fin, humanos) viviendo bajo un acuerdo espectacularmente eficaz llamado Constitución, y afortunados de tenerla.
Porque la Constitución, en lugar de sugerir que todos se comporten de manera divina, reconoce que, al contrario, las personas son cerdos y se aprovecharán de cualquier oportunidad para subvertir cualquier pacto y poder conseguir lo que ellos consideran que son sus merecidos intereses.
Por ello, la Constitución separa el poder del estado en esas tres ramas que para la mayoría de nosotros (me incluyo) es lo único que recordamos de 12 años de escuela.
La Constitución, escrita por hombres que tenían alguna experiencia de gobierno real, asume que el jefe ejecutivo intentará convertirse en Rey, que el Parlamento tramará para vender la vajilla de plata, y que el poder judicial se considerará Olímpico y hará todo lo posible para sustancialmente mejorar (destruir) el trabajo de las otras dos ramas. Por eso la Constitución las opone entre sí, no tratando de obtener su bloqueo, sino permitiendo las correcciones necesarias y constantes para evitar que una rama obtenga demasiado poder durante demasiado tiempo.
Claramente brillante. Porque, en abstracto, podemos imaginarnos una perfección Olímpica de seres perfectos en Washington encargados del negocio de sus empresarios, los ciudadanos, pero cualquiera de nosotros que haya estado en una reunión sobre cuestiones de edificabilidad en la que está en juego nuestra propiedad conoce el impulso de deshacerse de toda la mierda perniciosa y pasar directamente a las armas.
Yo he descubierto, no solo que no me fiaba del gobierno actual (eso, para mí, no era una sorpresa), sino que un repaso imparcial revelaba que los defectos de este presidente –a quien yo, como buen izquierdista, consideraba un monstruo – no eran muy diferentes de los de un presidente al que veneraba.
Bush nos metió en Irak, Kennedy en Vietnam. Bush robó las elecciones de Florida; Kennedy las suyas de Chicago. Bush delató a una agente de la CIA; Kennedy dejó morir a cientos de ellos en el oleaje de la Bahía de Cochinos. Bush mintió acerca de su servicio militar; Kennedy aceptó un Premio Pulitzer por un libro escrito por Ted Sorenson. Bush se metió en la cama con los Saudís, Kennedy con la Mafia. Oh.
Y empecé a cuestionar mi odio hacia “las Corporaciones” – un odio que era, descubrí, simplemente el reverso de mi hambre por conseguir esos bienes y servicios de que nos proveen y sin los cuales no podríamos vivir.
Y empecé a cuestionar la falta de confianza hacia el “Malvado Ejército” de mi juventud, que, reconocí, estaba entonces y está ahora compuesto por hombres y mujeres que en realidad arriesgan sus vidas para protegernos a todos de un mundo muy hostil. ¿El Ejército siempre tiene la razón? No. Tampoco la tiene el gobierno, ni las corporaciones – son sencillamente diferente rótulos para la particular amalgama que hace nuestro país de grupos de trabajo separados, si queréis. ¿Estos grupos son infalibles, libres de toda posibilidad de mala gestión, corrupción, o crimen? No, y tampoco lo somos tú o yo. Así que, asumiendo la visión trágica, la pregunta no era “¿Es todo perfecto?”, sino “¿Cómo se pueden mejorar las cosas, a qué precio, y según la definición de quién?” Colocado de esta forma, me parecía que las cosas iban desarrollándose bastante bien. /.../
David Mamet: ¿Por qué ya no soy un izquierdista de encefalograma plano? (PDF)/ Why I Am No Longer a 'Brain-Dead Liberal'.
Vía Arcadi Espada.